El suelo es un recurso natural que a lo largo de la historia ha proporcionado el sustento para la población humana; sin embargo, la creciente población mundial y su demanda de alimentos aumentan cada día más la presión sobre este recurso. En las zonas tropicales del mundo se buscan alternativas para conservar los suelos, pues se ha confirmado que no es el clima cálido lo que impide una producción adecuada de la tierra, sino el manejo inadecuado de estos (Sánchez et al, 2011).

En cuanto a la fertilidad del suelo, son diversas, y en ocasiones contradictorias, las definiciones acerca de la fertilidad del suelo; sin embargo, se acepta que en esencia hace referencia a la capacidad que posee el medio edáfico para suplir los elementos esenciales que demandan las plantas para su metabolismo. Por lo tanto, un suelo fértil posee una reserva adecuada y balanceada de nutrientes, suficientemente disponible para soportar los requerimientos de las especies vegetales (Foth, Ellis, 1997).

La fertilidad puede ser natural y la fomentada por el agricultor o adquirida. La primera hace referencia a las condiciones propias de los suelos que no han sido intervenidos y en los cuales existe un equilibrio entre el suelo y la vegetación que soporta. La segunda supone lo contrario, ya que está asociada a suelos cultivados o que han sufrido intervención por el uso de abonos, enmiendas y la realización de otras prácticas de manejo (Dorronsoro, C. 2005).

La fertilidad del suelo, ya sea natural o fomentada por el agricultor, implica condiciones de presencia, cantidad y asimilabilidad de elementos nutritivos que hagan frente regularmente a las necesidades de las plantas, y se sobreentiende la ausencia de elementos tóxicos que puedan limitar o suprimir la productividad del suelo (Gauthier, 1971). En un sentido amplio, la fertilidad integra los atributos físicos, químicos y biológicos del suelo (Astier-Calderón et al., 2002) al abastecer de agua, nutrientes y dando lugar a un sustrato para las plantas (Astier-Calderón et al., 2002).

Sin embargo, en últimas fechas se ha experimentado en prácticamente cualquier modalidad de agricultura, una disminución en los rendimientos y calidad de las cosechas. A menudo, el agricultor relaciona esta baja en la producción con el clima (que mucho tiene que ver), a la calidad de sus insumos, etc., sin embargo, en muchos de los casos, los malos resultados de producción se deben a una pérdida de la fertilidad del suelo.

Como se mencionó anteriormente, la fertilidad del suelo es la capacidad de éste para proveer al cultivo los elementos nutricionales que requiere para producir, luego entonces, son los cultivos los que extraen elementos del suelo y se convierten en biomasa (hojas, tallos, frutos), en esa biomasa es que se van los elementos del suelo. Es necesario agregar al suelo esos nutrientes extraídos por los cultivos y considerar que, tras cada ciclo, la Materia Orgánica también va degradándose y su papel es muy importante, es el sustrato donde se retienen los nutrientes del suelo.

Para poder continuar con una producción constante, es necesario regresar al suelo los nutrientes que ha perdido con las cosechas, ya sea en forma de fertilizantes minerales, sintéticos o la mezcla de ambos (el equilibrio siempre será mejor) y también la Materia Orgánica perdida (en forma de compostas, estiércoles o ácidos orgánicos como los húmicos y fúlvicos).

Bibliografía

Astier-Calderón, M., M. Maass-Moreno y J. Etchevers-Barra. 2002. Derivación de indicadores de calidad de suelos en el contexto de la agricultura sustentable. Agrociencia 36: 605-620.

Dorronsoro, C. 2005. Introducción a la edafología. Departamento de edafología y química agrícola Universidad de Granada. Granada, España.

Foth, H.D.; Ellis, B.G. 1997. Soil fertility. 2. ed. Boca Raton, Lewis Publishers. 290 p.

Guathier, G. 1971. El suelo y sus características agronómicas. Tratado de pedología agrícola. Omega. Barcelona, España. 

Sánchez, S., Hernández, M., & Ruz, F. (2011). Alternativas de manejo de la fertilidad del suelo en ecosistemas agropecuarios. Pastos y Forrajes, 34(4), 375-392.

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